lunes, 11 de marzo de 2013

Good Bye, Mr. DARKNYSS! [Ephimera Vita]

Amanece.
Mañana somnolienta. El cielo se despereza, pero aún no se ilumina por completo.

Hoy no me toca trabajar, así que tampoco tuve que madrugar, de tal modo que más relajado no podía estar.
¿O tal vez sí?...
¡Pero por supuesto que sí!, aunque de eso aún no me enteraría.
De todos modos, hasta este punto, todo parecía ir de maravilla.

¿Qué más se le puede pedir a la vida? (...la efímera vida...)

Veamos:
Ya hay calorcito bajo las cobijas y también llevo puestas unas gruesas medias de lana (para envidia del resto de la ciudad, que en este momento debe estar que se caga del frío); sorprendentemente tengo chocolate bien caliente y humeante con quesito derretido y su respectiva mogolla morocha mediocremente rellena (re-vacía) de algo que parece ser la cuota inicial de un bocadillo veleño.

Para cerrar con broche de oro golfi, después de casi haber digerido el menú anterior, me traen huevitos a la cama... (¡Aaaahhh... esto sí es vida).

Pasado el banquete matutino, arrojé las cobijas con algo de furia y pereza mientras balbuceaba entre un bostezo y otro. Estiré el cuerpo con intención de sacar todo rastro de pereza de mis discos vertebrales, y me levanté frotando mis castaños y lagañosos ojos. Fuí al baño queriendo cepillar mis dientes y de alguna manera, también resulté "miando"...  Después de todo, y con toda la energía (pereza) del caso, me dispuse a ir rauda y velozmente a arruncharme otro ratito a ver "Cuentos de las Hermanas Calle"...
...y así transcurría la mañana hasta que me volvió a coger el sueño. 

Entonces me enteré que quizás sí era posible estar más relajado, pero ya no estaba despierto, como para darme cuenta de ello.

(En este momento, imagine usted un atmosférico sonido de arpas mágicas y la imágen de esta jeta distorsionándose en ondas mientras, claramente, se ve cómo babeo la almohada).

  No sé con exactitud qué era lo que soñaba, pero alcanzo a recordar que había mucho color por todas partes. Muchos sonidos al mismo tiempo... era como si me encontrara rodeado de alguna especie de "orbes cantores", muy luminosos y coloridos...
¡Todo estaba vivo!
Extrañamente, yo también.

Aquel onírico paraíso me contagiaba de una muy agradable y extraña alegría. Esa misma que sentía cuando veía extasiado las iridiscentes aureolas que adornaban las flores del jardín de mi abuela, hermosas y radiantes a causa del sol; ese que me calentaba las costillas cada amanecer mientras jugaba a hacer figuras luminosas soplando con paciencia el vapor que emanaba de mi pocillo de agua de panela. Pero puedo recordar también que alcancé a asustarme un poco al no saber por instantes en qué especie de limbo me encontraba: si estaba en el paraíso, posiblemente mi tiempo de vida había terminado pero, de haber sido así, lo más probable es que (según el cura del barrio) me aguardaba un lugar en el más ardiente de los infiernos. Tal vez, la cosa más irónica en medio de esta cosa onírica era lo convencido que estaba de que "¡Esto sí es vida!". (¡Oh!, efímera vida...)


 



Tan efímero fue mi sueño, como efímero es todo lo bello. Tanta belleza astral de repente se desvaneció cual vapor de agüepanela cuando sentí un frenético estruendo, producto de patadas a mi puerta que, por cierto, es de metal, pero no cualquier metal: hablamos de la lata más hijueputamente ruidosa disponible en los confines espacio-tiempo de la bodega de la ornamentadora donde mi mamá las estaba preguntando... y ella preciso va y la compra...




 Aún con las lagañas en pijama y una expresión medio esforzada de ira y pereza, que más parecía jeta de querer hacer berrinche, me levanté a preguntarle con cariño a mi primita de tres añitos, que con infantil inocencia y algo de afán esperaba frente a mi puerta, "por qué putas no me dejaba dormir".

-Lo necesitan unos amigos de la música. -Dijo ella, sospechando que mis enigmáticos visitantes cantaban o tocaban algún instrumento, como casi siempre suele ocurrir con mis visitas que visten de negro.

[¿Ensayo hoy?... ¿A esta hora?] Me enoja que me despierten, pero me enoja más que lo hagan de esa manera. Ya me sentía algo mal, y me empezaba a invadir la angustia de pensar que quizá estaba a punto de sentirme peor. Empecé a sentir que más estresado no podía estar... ¿O tal vez sí? Puede que no, aunque de eso ya pronto me enteraría: Salí para ver de quién se trataba. Al abrir la puerta principal noté que no eran los bulliciosos que yo esperaba, pero estos visitantes sí tenían algo que ver con uno de los mejores músicos que haya podido parir la existencia (Y su madre. La de él. :V).



Frente a mí, se hallaban tres figuras pálidas, temblorosas y con la mirada perdida. A veces veían profundamente al suelo como buscando nada, y en ocasiones fijaban su mirada hacia ningún lado, tal vez esperando que del cielo vinieran las respuestas al enigma del momento...

La más pequeña entró con afán y se lanzó a mis brazos mientras yo sujetaba sus hombros apartándola de mí un poco para poder perderme en sus ojos hermosos, que en ese momento se inundaban de dolor, impidiendo que pudiera ver en ellos mi reflejo, así que sólo la abracé. Cerró sus ojitos y enjugó mares de llanto.

Intentaba hablar pero la ahogaba la amargura de sus lágrimas.
Es como si una fuerza extraña le impidiera comunicarse.
Como si estuviese bajo un poderoso hechizo.

Puse sus manos dentro de las mías y las fui apretando con suavidad mientras ella permanecía con sus ojos cerrados... asentí sin dejar de mirarla, como si ella pudiera verme a través de sus párpados. Iba  dirigiendo con mi mano su respiración, dándole telepáticamente la fuerza o el permiso para hablar.

Después de inspirar muy profundo para intentar ahogar un poco el dolor que impedía el fluir de sus palabras, abrió los ojos y también los labios y, para cerrar con broche de boñiga, soltó con infinita tristeza:

-¡Nestor está muerto!.-

Y entre enlutados suspiros se aferró nuevamente a mí buscando algo de calor, mientras la noticia congelaba todo mi ser... su presencia se desvanecía y yo quedé absorto en otra dimensión...

Luego mi garganta también empezó a anudarse. No podía emitir palabras... No podía articular pensamientos

Me preguntaba si aún estaba soñando. Deseaba que se tratara de una pesadilla, pero deseaba aún más despertar inmediatamente de lo que sea que fuere esta amarga y maldita alucinación.





Todo permaneció en un oscuro silencio por un buen rato mientras la idea de saber que ahora uno de los nuestros yacerá sepultado bajo el polvo de los siglos se acomodaba de mala gana en nuestras mentes.

La mecí entre mis brazos nuevamente intentando tranquilizarla, o mejor intentando tranquilizarme, mientras sentía cómo las esquirlas de su alma destrozada nos hacían desangrar a los dos en una amarga y eterna danza de sufrimiento.

Y aún disparaba mantras esperando despertar de mi pesadilla...

...¡Oh!, muerte tangible...

...¡Oh!, efímera vida.





De pronto, fuí sacudido por un vacío inenarrable, al caer en cuenta que ya no correríamos juntos a perseguir musas y levantarles la falda pa' verles las partituras.Ya nunca volveríamos a perder la voz de tanto entonar himnos al alba hasta que la "jinchera" se tornara en guayabo. Ya jamás volveríamos a amanecer con el cuello adolorido por exceso de headbanging.
Jamás volvería a intentar detener el tiempo en mi mente para ver sus virtuosas manos con detalle mientras le hacía el amor a su guitarra, o a la mía, o a la de cualquier otro.


Ahora sólo podía sentir el dolor de seguir vivo y el dolor que me causaba pensar que ya no lo tendría junto a mí para volver a gritar "¡Esto sí es vida!".

Alguna vez, debido a un accidente, mis conductos lacrimales estuvieron casi secos e inactivos durante algún tiempo. Básicamente no podía llorar, pero no importaba, ya que pensaba que no era necesario, siendo yo todo un macho. Ahora me enfrentaba a una de las más grandes tristezas jamás sentidas, y como todos alrededor, necesitaba también expresar lo que sentía, pero no podía llorar; sin embargo, esta vez, en lugar de querer lágrimas, simplemente deseaba no haber tenido nunca razones en la vida para llorar... en especial si se trataba de perder para siempre a un ser querido, sea cual sea.




 Cuando supe que venían "mis amigos de la música" esperaba encontrar a Mr. DARKNYSS para poder agarrarlo a pata como se debe hacer con los que no dejan dormir. Como en los viejos tiempos...



Quise que apareciera de algún rincón cagado de risa diciendo que todo era una puta broma...

Quise que nada de todo esto hubiera ocurrido...

Quise devolver el tiempo y no pude.

Quise haber estado ahí e inventarme algún pase mágico que le devolviera la vida...

¡La efímera vida!...


jueves, 22 de marzo de 2012

El Arrullo de los Brazos de la Mamá de Armando







Eran las 2:00 p.m. en la ciudad. 

La lluvia hacía su trabajo mientras los obreros hacían también el suyo. 

No hace mucho que había culminado la hora del almuerzo, pero la ollita arrocera con corazón de huevo frito y dos tajadas de plátano que había en el morral de Armando se hallaba intacta. No quiso comer nada esta vez, aunque su barriga obrera estaba vacía.

Una sensación incómoda en su tórax le quitaba la concentración: sentía en su pecho punzadas... esas que se sienten cuando vienen un mal presagio. No quería anticiparse, pero sabía que su trabajo quedaría mal hecho si seguía sintiendo lo mismo. Pensó que, para saber de qué se trataba, lo mejor era salir de la duda a la antigua: averiguando.

Su estómago crujía, y  pensó que tal vez la mala sensación se iría comiendo -aunque tampoco es que tuviera mucho apetito-.  Pensándolo bien, el huevo no tenía la culpa y Armando no era "regodiento". Mamá Isabel le había enseñado que mientras haya qué comer, hay que agradecerle a la vida y a Papá Lindo (que mañana no se sabe...)
Entonces, aunque ya había terminado la hora del almuerzo, Armando estaba dispuesto a ir por esa olla de arrocito con huevo.

Estando de pie frente a los casilleros Armando buscó la llave en el bolsillo derecho de su pantalón sin hallar nada.  Sacó velozmente la mano para apretar  con  firmeza el mismo bolsillo buscando nuevamente  la llave con su tacto. Lanzó sus manos al pecho haciendo presión en los bolsillos pectorales y tampoco enconotró nada.  Deslizaba sus manos hacia arriba y hacia abajo por toda su silueta sin hallar nada en absoluto.  Lanzó un alarido  iracundo y una patada a los lockers.  Luis , que hace rato estaba observando la escena , se acercó despacio.
Armando, al verlo, le preguntó por la llave.


- No, mijo. Yo no la tengo. -Respondió Luis.
- ¿Quién la tiene?, dijo Armando.
- ¿Y es que ya se va? -Preguntó Luis con mirada de sorpresa.
- ¿A usted qué le importa? ¡¿Quién la tiene?!
- ¡Cálmese! Camine, más bien, y me ayuda a preguntar... 

Luis sabía que Armando no estaba bien. De hecho, siempre sabía cuando a su amigo le ocurría algo,  pero esta vez, como en anteriores ocasiones, tampoco quiso entrometerse en sus asuntos así que, sin preguntar nada más, accedió a ayudarle a encontrar las llaves, o por lo menos un duplicado.







Cuando llegaron donde el vigilante para solicitar la copia de las llaves que buscaban, su puesto estaba vacío porque éste se encontraba haciendo la ronda. El terreno era extenso y el recorrido muy largo; el vigilante se demora.

Al no encontrar llaves, salió con paso ligero a buscar alguna otra herramienta que pudiera servirle. Trajo un destornillador, pero fue en vano. Corrió nuevamente y al rato volvió con una maceta y un puntero. Dos o tres golpes con ira y el locker estaba abierto. Tomó su morral de un jalón, y salió al galope de sus tennis salpicando lágrimas de barro y lluvia.

Las calles empapadas y vacías le hacían eco al pulso de sus pasos... Tenía los oídos tapados por la agitación. Podía percibir cada una de las infinitas gotas de melancólica lluvia que golpeaban su frente. No paraba de correr y sentía su corazón latir con estridencia en su garganta.


 


-Que los obreros hagan su trabajo y que la lluvia haga también el suyo mientras yo galopo feliz en estos charcos de melancolía...-, pensaba Armando mientras, poco a poco, el delirio llegaba para hacerse cargo.

Empezó a recordar cómo, cuando niño, jugaba a cazar gotas de lluvia con la lengua. Cuánto sonreía al escuchar caer pequeñas gotas de agua sobre su tejado de zinc, anunciando que era el momento de salir saltando al patio para recibir la tormenta en infantil euforia.

De pronto, tanta euforia en sus visiones, era interrumpida por la tristeza que le ocasionaban sus recuerdos. No es que no hubiera tenido momentos felices, pero su situación actual le hacía ver que hace mucho tiempo había dejado de sonreír y que, muy posiblemente, jamás volvería a hacerlo.

Armando aumentó la velocidad, ahora corriendo sin rumbo fijo, como queriendo huír  de la congoja que le perseguía. Lluvia caía en su rostro y lágrimas salían de sus ojos impidiéndole ver con claridad el camino.




 Sin saber cómo o por qué razón, había llegado al barrio de su infancia.  Ya poco importaba lo que pudiera suceder con su trabajo.
Queriendo sentirse un poco mejor -y ya entrados en gastos-, decidió buscar la casa donde se había criado; la casa de donde se  había escapado en su adolescencia, queriendo huír de los mismos problemas que lo persiguieron siempre... esos de los cuáles quería esconderse en este preciso instante; muy seguramente,  encontraría café caliente al volver a su antigua casa.

Cada paso de su galope hacía saltar de manera frenética el corazón amarillo de huevo frito que, sorprendentemente, se hallaba intacto en la ollita del almuerzo dentro de su morral, pero al llegar al sitio que buscaba sintió dentro de su pecho cómo se "totiaba" estrepitosamente la yema de su corazón: Una multitud se encontraba en la puerta dando lamentos de dolor: rostros estupefactos que se miraban entre sí, intentando buscar una explicación comunmente aceptable ante el hecho sucedido.





Sin mediar palabra con nadie, Armando entró a la casa, como si esta nunca hubiera dejado de ser su casa. Irrumpió en la habitación principal. Sus ojos, llenos de rabia y lágrimas, apuntaban a un crucifijo en la pared sobre la cabecera de la cama. Recíprocamente, los ojos de INRI apuntaban a su pecho como acusadores puñales.

Armando se preguntaba a sí mismo "por qué", aunque en el fondo de su conciencia sospechaba que podía deberse al hecho de no parecerse en nada al bondadoso INRI de los crucifijos.

Su hermano José, se le acercó tomándolo por el hombro. Luego lo abrazó y rompió también en sollozos. Armando lo secundó.

-Ella no hacía nada más que llamar a su negrito- Dijo José.


-¿Cómo pasó?- Preguntó Armando.

-Hace días estábamos viendo el álbum de fotos con la niña cuando, al pasar la página, apareció una foto del matrimonio de ella y mi papá. Se puso a llorar por el viejo. Siguió pasando páginas y apareció la foto del último paseo que hicimos al río cuando fue lo de la primera comunión de Gloria. ¿Se acuerda del paseo?

-¿Cómo se me va a olvidar?. Si fue la última vez que vimos al viejo vivo. Tan fuerte que era él ¿No? ¡Cómo me gustaría que él estuviera aquí con nosotros dándonos fuercita!...

-Pero también fue la última vez que lo vimos a usted por la casa, Armando. Después de eso usted se fue. Y mi mamá lloraba cada día porque usted no estaba. ¡Cómo lo llamaba!:  "Mi negro... mi negrito... Armandito, mijo... ¿Será que ya comió alguito? ¿Dónde estará durmiendo mi patojo?".
Se puso toda achicopalada y estuvo así por varios días. No quería comer ni hablar con nadie. Se la pasaba mirando pa' la ventana y con los ojitos hinchados de puro llorar. Y esta mañana cuando vine a alistarle la ropa pa' bañarla yo sí  noté que estaba como durmiendo mucho, pero pensé que era puro cansancio. Me fui a hacerle una aguapanela pa' ver si era frío lo que tenía  pero cuando se la traje, ya mamita no me quiso abrir los ojitos. Ya no me respondía mi viejita...


Entonces Armando se zafó del abrazo de su hermano y se acercó a la cama. Volvió a mirar al crucifijo y luego posó su mirada sobre el pálido rostro. Susu ojos volvieron a llenarse de llanto y su nariz de mocos...

-Mi viejita... Mamita... Ya está acá su negrito...- Entonces tomó su mano fría y entumecida, y en ella posó los besos que le debía desde siempre. Lloró como jamás había llorado. Lloró por aquello que nunca quiso llorar. Armando lloraba y afuera aún llovía.





Horas después, los hombres de la casa y algunos funcionarios de medicina legal se disponían a sacar el cuerpo de mamá de la habitación, pero éste se había puesto pesado y escurridizo. Dos vecinos llegaron para ayudar, también, aunque parecía que el esfuerzo era insuficiente. Armando pensó que tal vez su mamita del alma aún no quería que la sacaran de la casa. En ese instante llegó Gloria, la hermana menor de Armando y José, quien, al ver la lúgubre escena, se abalanzó sobre el cuerpo muerto de mamá en medio de llanto sin poder decir nada. José la tomó por el brazo intentando apartarla del cuerpo. Cuando Gloria se levantó, todos notaron que las mejillas de mamá estaban mojadas y no por el llanto de su hija Gloria, pues lágrimas salían de sus ojos también. 

-Ahora sí. Ya estamos completos, mamita linda.- Dijo Armando.
-Yo creo que ya nos la podemos llevar- Dijo Gloria mientras secaba las lágrimas que emanaban de los para siempre cerrados ojitos de mamá.



 
 
La levantaron, esta vez con la facilidad de quien levanta una pluma, y bajaron el delgado cuerpo de mamá por la escalera hasta llegar a la sala de la casa, donde esperaba una fría camilla plegada en el suelo. 





Meses después del sepelio de mamá, Armando seguía guardando un luto eterno, como es lógico, pero sentía que su depresión ya estaba rozando los límites de la locura.

De un tiempo para acá, más que ser sólo su forma de trabajo, la construcción se había vuelto una herramienta de auto-terapia con la que distraía su mente. Canalizaba a través de su trabajo toda la ira que sentía con el universo. Cada martillazo era un grito de desahogo, pero no dejaba de ser un placebo inoficioso. Lo que sea que hiciera para distraerse no era suficiente para olvidar el dolor que le causaba la partida de su madre. Pensaba demasiado. Últimamente se le encontraba viendo hacia ningún horizonte, absorto en sus pensamientos. Le inquietaba lo sobrenatural. No dejaba de preguntarse qué carajos habrá hecho INRI para poder levantarse de la tumba... la tumba... la tumba.

"¡La tumba!"

La imagen de la tumba de mamá llegó a su mente y esa imagen no se fue en toda la tarde. Esta vez, no salió corriendo. Trabajó hasta el cansancio y siguió trabajando muy juicioso después de eso, como si estuviera siendo vigilado desde el más allá. Trabajó como si fuera la última vez en su vida. Después de la satisfacción del deber cumplido, decidió ir a visitar a su vieja al cementerio. 

Al salir del trabajo, pasó por una tienda, donde compró un litro de aguardiente, cuya mitad tenía destinada para ser regada sobre la tumba de mamá. La otra mitad sería para él. Al fin y al cabo, quizás no era tan tarde para tomarse un último guarito con su vieja, como lo hizo en el último paseo de río de la familia.

Salió corriendo de la tienda, con el mismo galope que llevaba aquel maldito día en que falleció mamá, pero en vez de sentir angustia, llevaba en la yema de su corazón una profunda excitación por reunirse con ella nuevamente después de meses. 




Estaba comenzando a oscurecer y no faltaba mucho para llegar al cementerio. 
Al encontrarse en la puerta, tuvo que darle una que otra copita de aguardiente al celador para que lo dejara entrar. Después de convencerlo, entonces comenzó a buscar la tumba de mamá.

Entre trago y trago, se iba posando la noche sobre su cabeza y sobre la ciudad también, pero seguía sin hallar la tumba de su madre. 

Seguía buscando y dando sorbos, pero su búsqueda era absurdamente infructuosa.
Se devolvió a la reja principal, donde estaba el vigilante, y le preguntó nuevamente si sabía dónde estaba la tumba que buscaba. El celador le dio unas indicaciones, que Armando siguió al pie de la letra, pero tal parecía que todo era en vano.

Así fue madurando la noche sobre el cielo del cementerio y Armando seguía dando vueltas, pisando  tumbas y flores, sin hallar lo que buscaba.

El trago ya había empezado a hacer efecto en la cabeza de Armando y, aprovechando la situación, llegó nuevamente la venenosa angustia a instalarse en su pecho y a joderle la mente.
Ahora se encontraba rodeado de lápidas de extraños, pero no había rastro de la lápida de mamá. Sencillamente se perdió.  No se atrevía a presentarse por tercera vez ante el celador por una cuestión de vergüenza, pero cuando finalmente decidió devolverse, descubrió que, sencillamente, él también se había perdido.

El desespero se apoderó de él. 
Su respiración se aceleró con la misma fuerza de una locomotora. 
Tomaba su cabeza entre sus manos y se preguntaba una y mil veces "por qué". 
Todo era oscuro y hacía frío. 
Comenzó a llover nuevamente... 

Armando lloró...




Sus ojos destilaban toda la desesperación y tristeza que su alma se negaba a seguir soportando, pese a la resignación.
Su boca, llena de baba espumosa, pronunciaba el nombre de mamita, con todo el infinito amor que merece cualquier ser cuya vida sea finita, y a la vez sintiendo el más insoportable de los dolores.

-¡Ay, mi mamita... 

¿Dónde está mi mamá, carajo?...
...¡Ay, ay, ay!...
¿Qué se me hizo mi viejita?... 
¿Por qué no la encuentro, mamita?... 
¡Ah, vida treintahijueputa!... ¿¡Dónde está!?
¡INRI!...
¡¡¡INRI!!!, ¿Dónde hijueputas estás? 

Me quiero morir...-


Armando sintió cansancio en los ojos y tenía también dolor de cabeza tanto por el alcohol, como por haber llorado tanto. Entonces el sueño se apoderó de él, por lo que, casi sin darse cuenta, decidió acostarse en cualquier parte; a fin de cuentas, ya nada tenía importancia si su mamá ya no estaba con él, ni en cuerpo ni alma. Armando, en medio de lágrimas y lluvia, se tendió en el suelo, y poco a poco fue quedándose dormido.






Al amanecer, junto a Armando se encontraba el vigilante del cementerio acompañado por dos policías que tomaban su declaración. Al rato llegó una furgoneta de la fiscalía para hacer el levantamiento del cuerpo frío y sin vida de Armando, justo como él deseaba estar hace apenas unas horas. En su mano derecha sujetaba aún la botella de aguardiente, a la que le quedaban todavía algunos tragos. Su mano izquierda cubría el nombre tallado en la lápida de la tumba donde se acostó hasta morir. Al levantarle la mano, pudieron ver que se trataba de la tumba de una mujer. El nombre de la lápida: Isabel.


José y Gloria, enterados de la reciente calamidad, decidieron enterrar a su hermano Armando junto a la tumba de La Señora Isabel; quien lo arrulló esa angustiosa noche cuando la tumba de mamá se había perdido. 

Isabel, que luego de muchos años volvía a arrullar a su negrito Armando, como cuando él era apenas un niño; como lo hizo también con sus otros dos hijos, Gloria y José.

Era el arrullo póstumo de mamita Isabel, quien duerme eternamente junto a su negrito del alma.


lunes, 13 de febrero de 2012

...Parece ser... [¿9 ó 10? de Febrero de 2012]



Jueves. Día noveno del mes de Febrero del año dos-mil-doce, y dentro de veinte minutos será Viernes otra vez.

Ahora tengo el estómago vacío de torta, y en la nevera oxidada de mi casa aún hay otras dos: una de chocolate y la otra tampoco.

Parece ser que el hecho... de haberme... [del verbo haber...

(Es jodiendo... Retomo): Parece ser que el hecho de haberme "ensotado" en mi habitáculo a comerme aquel libro me ha costado el consumo de bastante tiempo que pudo ser aprovechable lavando loza, según el precepto de mi muy amada progenitora. Puede que tenga razón... pero gracias a "Ella" -como siempre-  me apetece una vez más un poco de crecimiento personal, por lo que he decidido obedecerle y volver a coger un puto libro. Y parece que esto de las letras no duele... Quizá también más tarde me apetezca escribir...  De repente, noto que lo estoy haciendo y parece ser que ahora escribo para ella... tal vez en su honor, aunque no esté su nombre escrito aquí...

Parece ser que, no siempre, las polas son el mejor plan... 

¿Parece ser?... Esta vez, definitivamente he descubierto que nunca son el mejor plan... Y parece ser que me había estado engañando a mí mismo todo este tiempo acerca de lo que significa disfrutar salir con una chica. Iba a descubrir qué se siente tener una cita.

Su aparición en mi vida es un milagro que nunca imaginé... Quizá lo noto ahora que,   parece ser, en mi caverna últimamente la atmósfera se torna un poco distinta... y, tal vez, yo también me noto algo cambiado; sin embargo, me inquieta más la caverna: esa triste atmósfera a pecueca y cigarrillo parece haberse largado para siempre de mis aposentos. Ya no me desagrada lo que ahora respiro... 
¡No! ¡Esperen! Parece ser que nuevamente me equivoco. Se trata más de un éxtasis inenarrable generado por aquello que, parece ser, aún respiro...

Cierro los ojitos, arrugo mis ñatas y percibo: (Snif... snif...snif...). ¡Ooohhh, Sí!...
¡¡¡Es "Ella"!!!

Huele aún mi ropa a su abrazo cálido y aún siento su beso sobre este rostro pálido que en estos días sólo huye del hermano Sol. 

Todavía huele a café con leche, de ese que preparan en aquellas panaderías románticas de la esquina donde me atracaron. 


He traído conmigo el aroma a Shampoo "Nosedecuál" que perfuma su cabello. 

Aunque no está aquí conmigo, y nunca lo estuvo, huele a ella mi caverna... Y ahora siento que ya no soy yo... Me transformo. Ahora sólo deseo que Ella esté aquí conmigo y que se quede para siempre. Y que para siempre huela a Ella mi caverna.

Pero parece ser que tal vez sólo podré conformarme con respirar por última vez (antes que muera) el recuerdo de aquel Lunes. El último Lunes de mi vida hasta la fecha. Mi Lunes favorito hasta hoy, cuya fecha ocupará el Hall of Fame de fechas memorables y favoritas "Deste Pesho" para siempre... ¡Para siempre! (aún cuando nuestras vidas carezcan de tal condición).

Gracias a Ella, torpemente estoy intentando escribir con kilométrico negro, pero parece ser que ahora lo estoy haciendo más lento, y lo noto porque ya es Viernes: el reloj me está avisando que son las cero-cero horas y cinco minutos del décimo día del mes de Febrero del año dos-mil-doce y que aún sigo sin terminar este relato.

Podrá ser muy viernes y todo lo que usted quiera, pero aún en mi memoria afectivo-olfativa huele a lunes de abrazos con sabor a café con leche de panadería romántica. Y sigo escribiendo lento... sin culminar mi relato... aunque, para ser sincero, parece ser que apenas lo estoy empezando...

Íbamos en que todavía mi nariz percibe, le gusta y quiere que huela a Ella... Pero parece ser que mis labios también empiezan a desearla. 

Su aroma sólo me hace desear dispararle un beso, pero parece ser que sólo me será posible conformarme con inhalar su recuerdo... Aún así, sigo escribiendo para Ella con kilométrico negro, sin tapa y aún sigo sin culminar... de pensarla.

Parece ser que, para poder disparar, requiero de ciertas modificaciones en Mi Persona [1]. Ahora el deseo inocente o no de robar (o dar) un beso me llena la cabeza de voluntades y buenas intenciones. Me llena de razones para ser mejor persona o por lo menos transformar aquella atmósfera de pecueca y, de ese modo, poco a poco irme transformando en una. Ella me enseñó que hay mucha gente, pero personas pocas.


So las cero-cero horas, veinte-y-tres-a-eme de-la-ma-ña-na y aún no acabo de escribir en Ella ni de pensar este relato...

Pienso en qué puede hacer un hombre para agradarle a los "suegros en potencia" [Si usted sabe cómo, déjeme un comentario].

Son las cero-cero horas, cuarenta-y-un-mi-nu-tos a-eme de-la-ma-ña-na-nana-na-na-na... tra la lá....



Parece ser que ya acabé. 


[1]Mi Persona: Otro de los habitantes de mi cuarto, menguante y creciente.

viernes, 3 de febrero de 2012

Menú del Día

Madrugada. ¡Otra vez trasnochado!

Llego al punto de encuentro con un poco de hambre en los ojos y sueño estomacal. Pero uno de mis ángeles de la guarda acude a mi auxilio con dos almojábanas gigantes y agüita aromática con alguna yerba y fresas enanas silvestres "Made In Usme". Nuevamente tengo una sonrisa en la barriga gracias a mi parcera.

Esperamos un rato más mientras llegaba el transporte (gratuito y por cuenta de la alcaldía). Mientras tanto, cigarros pa' los pulmones. 

Subimos al bus y éste emprendió la marcha. Cada vez se iba subiendo más gente, pero tuve la fortuna de llevar mi sacro-santo culo sentado en la cojinería brincona que, en acto cívico, debemos cuidar ya que es para nuestro servicio.

Al llegar a nuestro Destino, mis oídos tuvieron que aguantar la parla politiquera de unos cuántos payasos con ínfulas altruistas, pero luego fueron aliviados por repiques de tambores. Aunque, a modo de montaña rusa, mi bienestar auditivo subía y bajaba estrepitosamente a causa de los gemidos de chivo lanzados desde la garganta y que pasaban por las fauces de aquella "cantante" que habían llevado los gaiteros:

"Camisola... aquí y allá...
 camisola... aquí y allá"

Por un momento nos percatamos de la ausencia de nicotina en nuestros pulmones. Por moción secundada y aprobada por ambos dos, fuimos a por cigarrettes. La tienda estaba un poco retirada del sitio en el que nos encontrábamos, pero toda caminata es válida cuando se ama a todo pulmón un Mustang, bien sea rojo o azul. 

Frente a la tienda, había un aviso que nos indicaba, topográficamente aunque sin coordenadas exactas, dónde nos hallábamos ubicados. Así pues, el letrero indicaba que estábamos cerca al río Mugroso. Me percaté de que, además de Mustang rojo Full Flavor, también tenía en mi boca un mordisco de $300 de salchichón y más allá, entre la calza de alguna muela, un túmix de $100 que me mentolaba el aliento. 

Y para darle un toque romántico a mi halitosis fétida, no podía faltar la banda sonora, que una vez más me recordaba que mi gran amor has sido tú.

Símplemente, imagínese contarle a sus nietos la escena: bañarse en el río mugroso pa' quedar más mugroso de lo que ya viene, mientras la jeta le huele a cigarrillo con salchichón y túmix de $100. Y aunque parezca ridículo, es una de las experiencias más agradables y por cierto, inolvidables desde que bajé a este valle de lágrimas. Y más aún, contando con la inigualable compañía de mi Parcera Chocoaventurera [admito que el apodo es bien culo, pero es casi una sugerencia de ella].

Luego decidimos devolvernos al lugar de donde habíamos salido, para llegar esta vez con los pulmones llenitos de humo azul. Aún estaban tocando los gaiteros y mientras el chivo se ponía la camisola, nos invitaron a desayunar, y para mi fortuna digestiva, nuevamente almojábana, pero esta vez acompañada de queso y creo que agua de panela. Luego, llegaron los carrangueros, con tradicionales polifonías autóctonas de la tierrita, y para cerrar con broche de oro... La Balada del Pistolero ejecutada con una copa de aguardiente. 


Chocoaventura que se respete debe tener chocolate, y esta no sería la excepción. Con el patrocinio de pastelería "Zukerino", en bandeja de icopor y forradas con vinipel, hallábanse dos tajadas casi enormes de torta de Brownie con Chocolate en cantidades alarmantes por encima y también en el relleno.


No hay razón para quejarme. Con los quejidos del chivo y su camisola basta.


Por lo tanto sólo agradeceré al cielo y a la alcaldía y, por último, pero no por eso menos importante, a mi Parcera Chocoaventurera, que bien sabe que la quiero.


Gracias por leer y nos veremos en breve. [Eso espero].






lunes, 23 de enero de 2012

¿Y ahora qué le digo? [Aquí conmigo y allá con quién...].

Bueno... ¿Qué puedo decir ahora?... N.P.I.1


Suele pasar eso. 
Generalmente, a mí me ocurre cuando tengo que decir algo inteligente o importante; pero, más que eso, cuando realmente tengo que cumplir una responsabilidad, que se traduce en: 
juntar palabras coherentemente y de forma estética, independientemente de la finalidad a la cuál esté destinado el discurso.


Pero hay casos de casos... y casos especiales. Voy a relatar uno muy, muy especial, que me pasó con una persona muy, pero muy, muy especial, en el que, a pesar de todo, salí bien librado.


Resulta... (Casi siempre digo eso cuando empiezo)...


Resulta que estaba yo, teniendo una conversación telefónica con una de las mejores personas que una buena madre haya podido parir en este valle de lágrimas (planeta). Una de las personas más bellas que alguien pueda llegar a conocer en el universo entero. Ella hacía -y hace- parte de la nutrida lista de personas, sucesos y cosas gloriosas que he conocido en lo que he vivido de esta reencarnación.


Hay conversaciones en las cuales uno ya sabe qué tema se va a tratar, qué le tengo que decir, e incluso uno puede llegar a creer saber lo que la otra persona le va a decir a uno, por lo tanto uno siempre -o casi siempre- prepara un discurso premonitorio con antelación. 


(La madre que usted también lo ha hecho).
Yo ya tenía mi parla ensayada. 


La charla comenzó siguiendo el protocolo con el cuál suele desarrollarse la mayoría de las conversaciones telefónicas colombianas cuyo objetivo primordial es el cortejo pre-marital, o en su defecto noviazgo, goce y otros relacionados. Por lo tanto, yo ya me sabía la primera parte del parlamento protocolario, que dice más o menos así: 


Ella [Descuelga y habla (¡Obvio!: si no va a hablar ¿Pa' qué descuelga?)]:  ¿Aló?
Yo [Con acento varonil y serio para denotar "caché y decencia"]: ¡Aló! ¡Buenas tardes! Disculpa... ¿Serías tan amable de comunicarme con... "Ella"? -[Algunos nombres han sido cambiados para proteger la identidad de nuestros protagonistas]-.
Ella: Sí. Hablas con ella. ¿Con quién hablo?
Yo: ¡Hola! ¡Hablas conmigo...


La conversación entre Ella y Migo transcurría según lo dicta ese libreto "telefónico-conversacional" que viene pre-instalado en casi cualquier cerebro de este siglo. -Uno puede hacer algunas pequeñas modificaciones, pero el protocolo coloquial viene siendo básicamente el mismo para todos los casos-.


Parecía como si los cables de mi cerebro entraran en "cortocircuito" cada vez que hablaba con ella -y aún me sigue pasando-. Entonces comenzaba a emanar estupideces cada vez que me hacía alguna pregunta... de hecho, emanaba estupideces cada 10 segundos. Es más... la respuesta no tenía nada que ver con la pregunta:


Ella: ¿Qué haces?
Yo: Bien...
Ella: Cómo estás?
Yo: Ahí...


Dos segundo después de cada respuesta mía, me sentía cada vez más idiota. Sin embargo me sentía aliviado  porque, aunque fuese por caridad, Ella seguía hablando con yo, y Migo con Ella. Y yo seguía respondiendo pendejadas:


Ella: ¿Qué me cuentas?
Yo: No... bien... pes, ahí... nadita... juicioso... y pues... no sé... ¿Qué más? ¿Y tú qué tal?


¡Oh, por Dios! No dejaba de sorprenderme el hecho de que me estuviera convirtiendo en metralleta de respuestas tontas. Por respeto a Ella, me aguanté las ganas de agarrarme a cachetadas. De todos modos, la conversación seguía y, para sorpresa de Migo, se estaba poniendo más interesante. Al parecer no iba tan mal. De pronto, en esa tertulia interesante, comenzaron a aparecer preguntas interesantes también. Preguntas que ya había imaginado y que mi imaginación esperaba. Preguntas cuyas respuestas ya había ensayado con imaginación. Pero, como suele pasar, lo que se ensaya se olvida; y cuando ella hablaba con yo,  y Migo con Ella, los nervios me hacían entrar en un estado de idiotez de dimensiones inimaginablemente profundas.


Ya era notorio el temblor de mi voz a causa de los nervios, pero su siguiente pregunta era perfecta para que yo me disfrazara de Condorito y me fuese de culo con un rotundo y onomatopéyico "¡Plop!".


A pesar y en contra de todo pronóstico, me incorporé y la imaginé frente a mí. Entonces, con toda la sinceridad del caso, comencé a disparar estupideces enamoradas desde lo más profundo de mi Migo confesándole, con amor en los nervios, que sentía algo por ella. Y a punta de estupideces la comparaba con ángeles, flores, brisa, cielo, y aquello que mis nervios consideraran bello en ese momento.


De repente... silencio. Como Houdini, nada por aquí (con Migo)... Nada por allá (con quién).


Creí que en medio de ese bombardeo, había dicho algo malo... tal vez otra estupidez peor.


Ella: ¡Wow!... No sé qué decir... Gracias. ¡Gracias infinitas!...


Migo: Ahora sabes la verdad. Y... pues... ahora soy lo suficientemente valiente como para admitir que tengo miedo... nervios... y todo lo que pueda estar causando que me tiemble la voz. Pero es gracias a ti. Todo esto es por lo mucho que me gustas.


Ella: Y es que... además tienes habilidad con las palabras.


Eso sí que era una sorpresa. Todo lo que había ensayado se me había olvidado (como poema de izada de bandera en primaria). Sin embargo, mi Yo/Migo interior había hecho un buen trabajo. Ella, que es toda una enciclopedia andante, me había dicho que yo tenía habilidad con las palabras... ¿Qué le dije? Nuevamente N.P.I.1


Ahora la conversación se había convertido en todo un confesionario donde ninguno de los dos pedía el indulto. Sólo confesiones, aunque más por el lado de aquí (con Migo).


En fin... colgamos. Sentí como si me hubiese levantado de la mugre. Profundamente enlodado, pero con el corazón orgulloso. 


Luego pensé... "Bueno... ella cree que tengo habilidad con las palabras...
Cómo quisiera que me ayudara a descubrir qué habilidad tengo con los silencios".


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1 N.P.I.: Ni Puta Idea.